domingo, 30 de octubre de 2016

Los Tamayo llenan de color y recuerdos el Museo de El Carmen


La vajilla de talavera, como antaño, parece estar dispuesta para una cena más; en medio, los candiles emiten la luz que resalta las formas del pollo con mole negro que Rufino y Olga Tamayo disfrutaron en vida. Se percibe intimidad; más que un tributo a la memoria de ambos,  la ofrenda de Día de Muertos que se montó en el Museo de El Carmen, refleja el amor que se profesaron y un testimonio de unión familiar.
En la Sala de Exposiciones Temporales de dicho recinto del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se ambientaron el comedor y el estudio del maestro Tamayo. Sobre el que fuera su caballete aún reposa un boceto sobre tela de lo que hubiera sido otra obra del artista oaxaqueño, uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel mundial.



Al encabezar la apertura del tradicional altar de muertos del museo sanangelino, Diego Prieto Hernández, secretario técnico y encargado de la Dirección General del INAH, comentó que a pesar de su desaparición física, las huellas de ambos son imborrables; la mejor promotora del artista, abundó, fue precisamente su esposa, mujer inteligente, caritativa con los pobres y generosa con sus amistades. Él, a su vez, tenía el don de ser extraordinariamente observador de su entorno.
Afirmó que el matrimonio Tamayo siempre estará presente no sólo en San Ángel, donde vivieron sus últimos años, sino en todo el mundo. La creatividad del maestro, dijo, hizo vibrar a quienes disfrutaron de su obra.
“Debemos acercarnos a la obra de arte sabiendo de antemano que no existen fórmulas para definirla… Su lenguaje es el de la diversidad que se proyecta al público, a todos los hombres para que cada nueva sensibilidad venga a agregar algo nuevo a la tela”, comentó Prieto Hernández al citar a Ramón Xirau, filósofo, poeta y ensayista, quien en 1962 preparó un texto sobre Tamayo.



Las huellas de Rufino Tamayo en el arte universal son imborrables. Olga y Rufino, dos grandes de la cultura y del arte de México, fueron compañeros de vida, cómplices y promotores del patrimonio artístico, reiteró Diego Prieto.
Al recorrer la ofrenda, los visitantes podrán observar la guitarra que acostumbraba pulsar el maestro oaxaqueño desde sus años mozos, instrumento que cargaba aquel día de 1933 cuando Olga Flores Rivas lo vio por primera vez. Al poco tiempo ambos se volvieron a encontrar en los pasillos del Conservatorio Nacional de Música, donde Rufino plasmó el mural El canto y la música.
Los pinceles, el caballete y los cuencos en los que Rufino Tamayo mezcló los pigmentos con los que dio vida a sus obras, como El hombre y la sombra, La mujer alcanzando la luna, El trovador y El grito, por mencionar una pequeña parte de sus creaciones, también están presentes en el altar de muertos.
Depositarias de la memoria y el legado cultural de la pareja Tamayo, María Eugenia, Rosa María y María Elena Bermúdez, sobrinas de Olga Flores Rivas (1906-1994) y allegadas al pintor, proporcionaron otras pertenencias de la pareja, como fotografías, que revelan la faceta familiar del matrimonio, más allá de lo profesional y lo artístico; cuatro sillas del antecomedor familiar, esferas, un relicario y una máquina de escribir.
Transitar por sus pertenencias y tener de cerca las fotos de la pareja es como sumergirse en un universo casi desconocido, el de la sensibilidad humana, el de las emociones compartidas por dos personas que convivieron 57 años, a partir de febrero de 1934, cuando se casaron, y hasta la muerte de él.
Rufino del Carmen Arellanes Tamayo nació el 25 de agosto de 1899 y falleció en junio de 1991. Su primer contacto con el arte fue al tratar de copiar tarjetas postales que reproducían pinturas famosas. El joven oaxaqueño asistió después como oyente a la Escuela Nacional de Artes Plásticas en Bellas Artes, antes de ingresar formalmente en 1917.



El creador se nutrió de distintos movimientos pictóricos provenientes de Europa desde finales del siglo XIX y principios del XX, como el cubismo, el fauvismo y el impresionismo, pero su propuesta estética la asoció a sus raíces mexicanas y el arte popular.
El tradicional altar de muertos dedicado a Rufino y Olga Tamayo, permanecerá abierto al público hasta el 20 de noviembre, en el Anterrefectorio o Sala de Exposiciones Temporales del Museo de El Carmen (avenida Revolución 4 y 6, esquina con Monasterio, colonia San Ángel). Horario: martes a domingo, de 10 a 17 horas. Costo de acceso: 55 pesos. La entrada es libre para estudiantes, profesores y adultos mayores con credencial vigente. Los domingos, el ingreso es gratuito para el público nacional con identificación oficial.

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