A finales del siglo XIX, la
condición de miseria en la Ciudad de México se explicaba a partir de causas
meramente individuales; sin embargo, a principios del XX hubo un cambio de
paradigma y se comenzó a definir a partir de factores multicausales.
“Los sociólogos,
trabajadores sociales, juristas y economistas empezaron a darle un sentido
distinto, pues observaron que los pobres se hallaban inmersos en un sistema
económico y que las oportunidades para integrarse a los mercados laborales
estaban limitadas por estigmas, valores morales y prejuicios que sostenían
ciertas ideologías”, señaló María Dolores Lorenzo Río.
La integrante del Instituto
de Investigaciones Históricas de la UNAM, quien se dedica a estudiar a los
pobres de esta urbe y las políticas sociales en el periodo posrevolucionario
para tratar de dilucidar cómo ha sido la evolución de la pobreza en el país,
comentó que el objetivo de su investigación es revelar cómo se pensaba esa
condición en las décadas de los años 30 y 40, y así comprender cómo ha cambiado
la percepción y los valores alrededor de ella.
Sería ingenuo pensar que,
con más de 50 millones de pobres en el México actual, las políticas sociales
puestas en marcha por los regímenes posrevolucionarios para combatirla
resultaron exitosas; no obstante, también sería pesimista concluir que en 100
años no se ha avanzado, resaltó.
Programa de erradicación de
la pobreza
Ambos discursos (finales del
siglo XIX y principios del XX) coexistieron durante años. Así, al tiempo que
estudiosos, investigadores, incluso funcionarios públicos progresistas pensaban
en cómo mejorar las condiciones de vida de los pobres mediante programas de
erradicación de la mendicidad y el incremento de los salarios, muchas voces
seguían repitiendo que los pobres lo eran porque querían, o bien que debían
arreglárselas con lo poco que llegaba a sus manos.
El hecho de parecer mendigo,
limosnero o pordiosero fue razón para que de 1930 a 1934 la policía levantara
de las calles a más de siete mil personas como parte de un proyecto organizado
por el Departamento del Distrito Federal, en colaboración con la beneficencia
pública.
“Se buscó estudiarlos porque
se consideraba que el problema de la mendicidad era uno de los más serios de la
ciudad. Esto nos dice mucho acerca de cómo se estigmatizaba a una persona por
su indumentaria y, en general, por su apariencia física”, expuso María Dolores Lorenzo.
En 1930, sociólogos
reconocidos de las universidades de Chicago y de Texas vinieron a trabajar con
profesores universitarios y funcionarios, tanto del gobierno capitalino como de
la beneficencia pública, y a proponer un plan para erradicar la mendicidad.
“Lo primero que hizo este
grupo fue explorar, a partir de cuatro campos (económico, legal, social y de
las condiciones psicológicas), las causas de la mendicidad; después recomendó
estudiar caso por caso y proporcionar a todos los mendigos que estaban en la
calle el auxilio necesario para que salieran de esa condición”, relató.
Si bien era un proyecto
ambicioso, suponía la inversión de recursos humanos y económicos, pues había
que mantener a los mendigos, llevarlos a un asilo (si se trataba de ancianos) o
a un hospital (si estaban enfermos), y luego sacarlos o conseguirles trabajo.
“Implicaba una arquitectura
que en ese momento el Estado no podía llevar a la práctica, pero como debía
demostrar que estaba haciendo algo para solucionar el problema, mandó recoger a
los mendigos para conducirlos al Dormitorio Público número 2, en la calle de
Cuauhtemotzin (hoy Isabel la Católica), donde los trabajadores sociales
clasificaron y definieron quiénes irían a los asilos, a los hospitales o a las
cárceles”.
De ahí en adelante la
política aplicada a los mendigos osciló entre los auxilios asistencialistas y
el control policiaco. Los asilos y hospitales acogían a los pobres, aunque
también se inició una campaña para meter a cada vez más indigentes en las
cárceles, con el pretexto de que esas acciones acabarían con la mendicidad. En
1933 esa operación se intensificó y se volvió muy violenta.
Como consecuencia de la
crisis del 29, los recursos del proyecto original disminuyeron, por lo que éste
sufrió una nueva modificación y se focalizó en los niños mendigos.
La experta reiteró que
aunque las políticas sociales posrevolucionarias para combatir esa situación no
fueron del todo exitosas, sí se ha avanzado. Sin duda hay una gran diferencia
entre las condiciones de pobreza de principios del siglo XX, cuando la mayoría
de la población carecía de agua, luz, vacunas y educación, y las de ahora.
“Hay progresos, la
pobreza se estudia de manera más profunda y está mejor tratada. Ahora bien, no
se ha abatido ni se ha conseguido la democratización de una condición material
digna, porque la brecha de la desigualdad ha alcanzado dimensiones alarmantes
no sólo entre los individuos, sino entre los países”, finalizó.
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