La presencia de los seres
humanos en América pudo haber ocurrido entre 26 mil 500 y 19 mil años atrás,
durante el Último Máximo Glacial, o incluso antes, revela estudio en el que
participó la UNAM, publicado recientemente en la revista Nature.
Este hallazgo ha cambiado el
consenso sobre el momento de la llegada de los primeros pobladores al
continente, pues durante décadas fue aceptado el paradigma de que la fecha de
entrada de los humanos fue hace aproximadamente 13 mil años, desde Asia vía
Beringia.
En la investigación, liderada
por Ciprian Ardelean, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, participaron
Corina Solís y María Rodríguez, académicas del Instituto de Física de la UNAM,
con la datación de muestras por radiocarbono.
La teoría del arribo de grupos
hace 13 mil años -que posteriormente desarrollarían en Norteamérica una
tradición material conocida como Clovis, caracterizada por sus puntas de lanza
de forma acanalada-, ha sido refutada por nuevos datos arqueológicos y cronométricos,
que demuestran la existencia de sitios anteriores a los Clovis (de 18 mil a 15
mil años atrás).
El equipo de expertos encontró
que el inicio de la secuencia de ocupación se ubica entre 33 mil 150 y 31 mil
405 años (un periodo anterior al Último Máximo Glacial), mientras que para el
final de la secuencia de ocupación el modelo empleado arroja un periodo con una
antigüedad de 20 mil 90 a 17 mil 830 años.
Con esto se confirmaría que la
presencia de los primeros seres humanos habría ocurrido mucho antes de lo que
se sabía y representa el inicio de nuevas exploraciones en busca de más
evidencias de ocupación humana durante esa época en México y América del Norte.
Datación azul y oro
Este resultado fue posible
tras 10 años de exploraciones en la cueva del Chiquihuite, en Zacatecas, donde
Ardelean, junto con colegas y estudiantes, encontraron más de mil 900
herramientas de piedra caliza y basaltos (entre ellas, cuchillas y puntas de
lanzas), así como algunos huesos de animales y restos de plantas.
Los investigadores a cargo del
proyecto afirman que ese lugar tenía una temperatura de 12 grados a lo largo de
todo el año, lo que pudo ser un atractivo para que los individuos se
protegieran dentro de ella.
Para tener una mayor confiabilidad
de las fechas en que fueron elaboradas esas herramientas, el equipo envió
muestras de carbón, huesos y sedimentos asociadas a las piezas, a cuatro
diferentes laboratorios fuera de México: el Oxford Radiocarbon Accelerator Unit
(ORAU), en el Reino Unido; el International Chemical Analysis (ICA), Beta
Analytic y el PaleoResearch Institute (PRI), los tres en Estados Unidos; y a
uno mexicano, el Laboratorio Nacional de Espectrometría de Masas con
Aceleradores (LEMA), del IF de la UNAM.
Solís y Rodríguez fueron las
responsables de datar algunas de las muestras a través de la técnica de
radiocarbono –isótopo radioactivo del carbono– para que luego pudieran ser
comparadas con los resultados de los otros laboratorios e incorporadas en la
secuencia estratigráfica del sitio.
La datación por radiocarbono,
metodología desarrollada en la década de 1950, es la más conocida para
determinar la edad de materiales orgánicos de hasta unos 50 mil años. Ello
ocurre porque los organismos vivos mantienen un contenido de radiocarbono aproximadamente
constante, pero al morir, éste empieza a decaer a una velocidad determinada por
la ley de decaimiento radiactivo, con una vida media de cinco mil 730 años.
“Para determinar el
radiocarbono remanente en las muestras orgánicas recuperadas de la cueva, y a
partir de éste determinar su edad, se utilizó la espectrometría de masas con
aceleradores (AMS por sus siglas en inglés). Esta técnica, desarrollada desde
la década de 1970, es actualmente la más precisa y rápida para detectar
radiocarbono en muestras tan pequeñas como una sola semilla”, explicó Corina
Solís.
La aportación del LEMA al
estudio consistió en nueve dataciones válidas de siete muestras de carbón y una
de sedimento. Lo mismo se llevó a cabo con dos huesos y tres muestras de carbón
cuyos resultados fueron descartados.
“Uno de los huesos era de la
época colonial y el otro se descartó porque el colágeno obtenido no fue
suficiente para cumplir con los parámetros de calidad exigidos. En tanto, los
valores arrojados por las tres muestras de carbón se descartaron porque dieron
resultados atípicos, que pueden deberse a factores tafonómicos o a un bajo
contenido de carbono, pues estas muestras consistían en apenas unos cuantos
miligramos”, expuso María Rodríguez.
Las fechas obtenidas por
radiocarbono fueron incorporadas a un modelo bayesiano, con el que se busca que
las cronologías tengan una mayor precisión.
“En ese modelo se combinan las
fechas de radiocarbono obtenidas, las edades calendario (conseguidas mediante
curvas de calibración que toman en cuenta las variaciones temporales del
radiocarbono en la atmósfera) y la información arqueológica (como la
estratigrafía), para generar una distribución de probabilidad de las fechas”,
precisó Solís.
El LEMA es el primer laboratorio
en Latinoamérica en el que, además de hacer investigación en física nuclear, se
hace datación por radiocarbono y se determinan concentraciones de otros
radioisótopos como el berilio 10 o el aluminio 26. Este espacio cuenta con la
certificación para la datación con radiocarbono, bajo la Norma ISO 9001:2015, y
participa en comparaciones internacionales para comprobar la exactitud y
reproducibilidad de sus resultados.
Para las científicas de la
UNAM este trabajo es la muestra del nivel de calidad en datación por
radiocarbono que se tiene en México y en la Universidad Nacional.
“Se demostró que en general la
secuencia cronológica de la cueva del Chiquihuite, que incluyó los datos
obtenidos en el LEMA, está en excelente acuerdo con la evidencia
estratigráfica, y refleja además que los resultados de este laboratorio
universitario son de una calidad similar a la de otros internacionales de
prestigio”, concluyó Rodríguez.
En el LEMA también colaboran
los investigadores María Esther Ortiz, Efraín Chávez y Luis Acosta; Grisel
Méndez, catedrática CONACYT; el investigador posdoctoral Santiago Padilla, así
como el técnico académico Arcadio Huerta y el laboratorista Sergio Martínez.
(Información e imágenes
DGCS-UNAM. Fotografías de Cueva: Ciprian Ardelean)