La vajilla de talavera, como
antaño, parece estar dispuesta para una cena más; en medio, los candiles emiten
la luz que resalta las formas del pollo con mole negro que Rufino y Olga Tamayo
disfrutaron en vida. Se percibe intimidad; más que un tributo a la memoria de
ambos, la ofrenda de Día de Muertos que
se montó en el Museo de El Carmen, refleja el amor que se profesaron y un
testimonio de unión familiar.
En la Sala de Exposiciones
Temporales de dicho recinto del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH), se ambientaron el comedor y el estudio del maestro Tamayo. Sobre el que
fuera su caballete aún reposa un boceto sobre tela de lo que hubiera sido otra
obra del artista oaxaqueño, uno de los pintores mexicanos más reconocidos a
nivel mundial.
Al encabezar la apertura del
tradicional altar de muertos del museo sanangelino, Diego Prieto Hernández,
secretario técnico y encargado de la Dirección General del INAH, comentó que a
pesar de su desaparición física, las huellas de ambos son imborrables; la mejor
promotora del artista, abundó, fue precisamente su esposa, mujer inteligente,
caritativa con los pobres y generosa con sus amistades. Él, a su vez, tenía el
don de ser extraordinariamente observador de su entorno.
Afirmó que el matrimonio
Tamayo siempre estará presente no sólo en San Ángel, donde vivieron sus últimos
años, sino en todo el mundo. La creatividad del maestro, dijo, hizo vibrar a
quienes disfrutaron de su obra.
“Debemos acercarnos a la
obra de arte sabiendo de antemano que no existen fórmulas para definirla… Su
lenguaje es el de la diversidad que se proyecta al público, a todos los hombres
para que cada nueva sensibilidad venga a agregar algo nuevo a la tela”, comentó
Prieto Hernández al citar a Ramón Xirau, filósofo, poeta y ensayista, quien en
1962 preparó un texto sobre Tamayo.
Las huellas de Rufino Tamayo
en el arte universal son imborrables. Olga y Rufino, dos grandes de la cultura
y del arte de México, fueron compañeros de vida, cómplices y promotores del
patrimonio artístico, reiteró Diego Prieto.
Al recorrer la ofrenda, los
visitantes podrán observar la guitarra que acostumbraba pulsar el maestro
oaxaqueño desde sus años mozos, instrumento que cargaba aquel día de 1933
cuando Olga Flores Rivas lo vio por primera vez. Al poco tiempo ambos se
volvieron a encontrar en los pasillos del Conservatorio Nacional de Música,
donde Rufino plasmó el mural El canto y la música.
Los pinceles, el caballete y
los cuencos en los que Rufino Tamayo mezcló los pigmentos con los que dio vida
a sus obras, como El hombre y la sombra, La mujer alcanzando la luna, El
trovador y El grito, por mencionar una pequeña parte de sus creaciones, también
están presentes en el altar de muertos.
Depositarias de la memoria y
el legado cultural de la pareja Tamayo, María Eugenia, Rosa María y María Elena
Bermúdez, sobrinas de Olga Flores Rivas (1906-1994) y allegadas al pintor,
proporcionaron otras pertenencias de la pareja, como fotografías, que revelan
la faceta familiar del matrimonio, más allá de lo profesional y lo artístico;
cuatro sillas del antecomedor familiar, esferas, un relicario y una máquina de
escribir.
Transitar por sus
pertenencias y tener de cerca las fotos de la pareja es como sumergirse en un
universo casi desconocido, el de la sensibilidad humana, el de las emociones
compartidas por dos personas que convivieron 57 años, a partir de febrero de
1934, cuando se casaron, y hasta la muerte de él.
Rufino del Carmen Arellanes
Tamayo nació el 25 de agosto de 1899 y falleció en junio de 1991. Su primer
contacto con el arte fue al tratar de copiar tarjetas postales que reproducían
pinturas famosas. El joven oaxaqueño asistió después como oyente a la Escuela
Nacional de Artes Plásticas en Bellas Artes, antes de ingresar formalmente en
1917.
El creador se nutrió de distintos
movimientos pictóricos provenientes de Europa desde finales del siglo XIX y
principios del XX, como el cubismo, el fauvismo y el impresionismo, pero su
propuesta estética la asoció a sus raíces mexicanas y el arte popular.
El tradicional altar
de muertos dedicado a Rufino y Olga Tamayo, permanecerá abierto al público
hasta el 20 de noviembre, en el Anterrefectorio o Sala de Exposiciones
Temporales del Museo de El Carmen (avenida Revolución 4 y 6, esquina con
Monasterio, colonia San Ángel). Horario: martes a domingo, de 10 a 17 horas.
Costo de acceso: 55 pesos. La entrada es libre para estudiantes, profesores y
adultos mayores con credencial vigente. Los domingos, el ingreso es gratuito
para el público nacional con identificación oficial.
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