De 1985 –cuando se
registraron los sismos que colapsaron 371 edificios en la Ciudad de México y
produjeron miles de muertes– a la fecha, se registran avances y mejoras para
enfrentar la ocurrencia de esos fenómenos naturales. No sólo se ha
perfeccionado y vuelto más estricto el reglamento de construcción de la
capital, sino que el conocimiento científico en torno a los movimientos
telúricos ha avanzado, aseguró Raúl Valenzuela Wong, investigador del Instituto
de Geofísica (IGf) de la UNAM.
El integrante del
Departamento de Sismología de la entidad universitaria recordó que esta
metrópoli, y otras del territorio nacional, cuentan también con un sistema de
alerta sísmica, pensado en la posibilidad de la ocurrencia de un sismo de
magnitud 8 en las costas de Guerrero.
Gracias a un sistema de
acelerómetros instalados en la costa guerrerense, en caso de registrarse un
temblor los habitantes de la Ciudad de México tenemos de 50 a 60 segundos de
ventaja, entre que inicia la alerta y comenzamos a sentir la sacudida, para
estar prevenidos. Es comparable a cuando vemos el destello de un relámpago y
segundos después escuchamos el trueno, porque la luz viaja más rápido que el
sonido.
Pero también en estos años
ha avanzado el conocimiento y la instrumentación en torno a los temblores;
recientemente, los científicos han descubierto nuevos fenómenos, llamados
sismos lentos y tremores no volcánicos o tectónicos.
Un sismo lento, explicó
Valenzuela, consiste en deslizamientos de tierra que tardan mucho tiempo,
varias semanas o meses en producirse, sin que lleguen a causar daños ni ser
percibidos por la gente; en tanto que los tremores son sismos muy pequeños,
cercanos a donde se espera que se produzcan los temblores que a todos
preocupan.
Ahora, refirió el experto,
“estamos en el proceso de tratar de comprender cuál es la interacción entre
estos nuevos fenómenos y los sismos convencionales”.
El universitario recordó que
la principal actividad símica en el territorio nacional se registra en las
cosas del Pacífico; ahí mismo existe la llamada brecha de Guerrero, una zona
comprendida entre las ciudades de Acapulco y Zihuatanejo, donde desde hace 105
años no se han producido sismos importantes. El último, de magnitud 8, se
registró en diciembre de 1911.
“Podemos esperar que
transcurrido un cierto número de años se vuelva a producir un sismo similar. En
este caso, ha transcurrido un lapso suficientemente largo que hace pensar que
se podría presentar un movimiento de tierra importante”.
El hecho de que no se haya
presentado un terremoto quizá se deba a la ocurrencia de sismos lentos y de
tremores, los cuales podrían hacer más lenta la acumulación de energía en la
zona. No obstante, “ocurrirá, porque ya ha sucedido, aunque no sabemos cuándo”.
Por ello, consideró, en la
medida en que los edificios estén bien construidos se estarían minimizando los
daños y muertes a consecuencia de un temblor. Por eso, el reglamento de
construcción en la Ciudad de México se revisa y se actualiza con la
participación de expertos del Instituto de Ingeniería.
El Servicio Sismológico
Nacional, dependiente del IGf, reporta alrededor de 30 sismos al día,
normalmente de magnitud pequeña, la mayoría imperceptibles para la población;
sin embargo, hay que estar alertas ante uno de gran magnitud. El terremoto más
fuerte del que se tiene noticia en nuestro país ocurrió en Oaxaca en 1787, y
fue de magnitud 8.6.
Por supuesto, aunque en el
registro histórico no hay evidencia de que un sismo mayor a 9 haya cimbrado
alguna parte del territorio nacional, “considerando lo que ocurrió en 2011 en
Japón, un terremoto de esa magnitud que sorprendió hasta a los sismólogos, y
sin asegurar fehacientemente que va a ocurrir, lo vemos como una posibilidad”,
opinó.
En el caso de los temblores
vivimos sujetos a incertidumbre. No estamos acostumbrados a que ocurran los de
gran magnitud con frecuencia, pero eso no significa que no puedan presentarse
en cualquier momento. Por eso, hay que tomar medidas preventivas como
identificar la zona más segura dentro de nuestra vivienda, alejarse de ventanas
y objetos que puedan caer durante el temblor, tener a la mano víveres, botiquín
de primeros auxilios y un radio, y contar con un plan de acción familiar,
concluyó Raúl Valenzuela Wong.
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