La incapacidad de un sistema
educativo formal, el empobrecimiento socioeconómico de las familias y los altos
niveles de violencia en los contextos familiares y comunitarios, orillan a los
niños a abandonar sus casas y “adoptar” las calles como su nuevo hogar,
consideró Pedro Hernández, académico de la Escuela Nacional de Trabajo Social
(ENTS) de la UNAM.
Es la calle una opción y un
espacio de vida para algunas poblaciones. “Quienes algún día fueron niños de la
calle han alargado su permanencia en ella y hoy tenemos la tercera generación
que ha nacido en ese medio y no conocieron un hogar”, dijo.
Además, la calle es un gran
mercado que proporciona a quienes la habitan dinero, comercio, ejercicio precoz
de la sexualidad, relación grupal, que podría basarse o no en la violencia. “A
fin de cuentas, es el lugar y el espacio en el que cada quien decide permanecer
y desarrollar sus actividades. Antes era un medio de sobrevivencia y hoy es,
además, una elección viable, estable y duradera de vida para algunos de ellos”.
Según datos de la Encuesta
Intercensal 2015 (Inegi), uno de cada dos niños se encuentra en situación de
pobreza, condición que los coloca en riesgo y alta vulnerabilidad; un
importante número de ellos vive situaciones permanentes de violencia verbal y
física, además de un alto índice de abusos sexuales.
El abuso de alcohol y drogas
en casa, así como la carencia de relaciones positivas y de un proyecto de vida
entre los integrantes de la familia, suelen ser condiciones que expulsan a los
pequeños a las calles.
Aunque siempre ha existido
este fenómeno, en la década de los 90 surgió un boom de la visibilización de la
población callejera; los infantes comenzaron a ocupar más la calle y el
fenómeno social de los desamparados se hizo más notorio. Sin embargo, “hoy ya
los consideramos parte del paisaje urbano, es decir, se han vuelto a
invisibilizar”.
Entonces se habló de los
menores en situación extraordinaria, de una minusvalía; un grupo al que había
de proteger con medidas asistencialistas y proteccionistas, niños trabajadores,
indígenas, migrantes; “menor de la calle” fue uno de los primeros nombres que
se les dio.
A partir de ahí surgieron
organismos civiles, algunos con medidas asistencialistas, otros desde la mirada
proteccionista, y un sinfín de campañas mediáticas para “rescatarlos” del
espacio público.
Los derechos de la población
callejera han sido vulnerados: desde el mismo núcleo familiar, la comunidad
educativa, los servicios de salud, hasta la sociedad en general. El
asistencialismo es un remedio inmediato, pero no considera soluciones a largo
plazo, aclaró.
Considerar al niño como sujeto
de derecho, permite establecer perfiles de la población, identificar a la que
habita en la calle, analizar la relación con su espacio, detectar ciertos
matices de este fenómeno social. “No son iguales los grupos que habitan esos
espacios, por lo que deben proponerse estrategias focalizadas de acción y
diferenciar sus problemáticas”.
Hoy se habla de la cultura
callejera, donde hay lenguaje, costumbres y la transmisión del conocimiento o
bagaje para aprender a vivir y relacionarse.
La historia de cada individuo
en esta posición está inserta en una historia familiar, y ésta en una
sociocultural. El núcleo familiar refleja la situación social de un país, sus
desigualdades, injusticias y pobreza, la población callejera es el último
eslabón de esta serie de dificultades que vivimos.
“Es importante
ahondar en esta mirada y no permitir que una política social inadecuada siga
eliminando la responsabilidad del Estado en éste y otros temas”, concluyó.
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