Los combatientes mexicas no
desarrollaron el profesionalismo militar, ya que no se dedicaban únicamente a
la guerra, sino que dividían su tiempo en otras actividades, como la
agricultura y la alfarería, dijo el investigador Marco Cervera Obregón, durante
el Seminario de Estudios Históricos sobre Fuerzas Armadas, organizado por el
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de la Dirección
de Estudios Históricos.
El autor del libro Guerreros
Aztecas refirió que el triunfo o fracaso en una batalla entre los contendientes
se determina por el número de efectivos y armas que indican su potencial
militar.
En este sentido, para
calcular el número de guerreros del pueblo mexica, aplicó el método llamado
Probabilidad Militar Inherente (PMI) derivado de las bases teóricas de la
historia militar. Consiste en destinar el 8 o 12 por ciento de la población
(descartados niños y mujeres); de este modo, si Tenochtitlan tenía 200 mil
habitantes, el mínimo de efectivos serían 20 mil; pero si esta cantidad se suma
a las demás fuerzas que integraban la Triple Alianza, la cantidad aumentaría a
60 mil guerreros,
De acuerdo con el
investigador egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH),
cuando el Estado mexica se preparaba para la guerra solicitaba a cada calpulli
(barrio) cierto número de efectivos a los que proveía de armas. Al final de las
guerras de conquista, los combatientes obtenían cierto beneficio; por ejemplo,
si un macehual (de la gente común) capturaba el mayor número de prisioneros,
incluso en las guerras floridas, ameritaba que se le subiese de rango.
Respecto de las armas
existentes en Mesoamérica, había dos tipos: ofensivas y defensivas. La mayoría
de las primeras se empleaban para realizar otras actividades, como el átlatl o
lanzadardos, cuyo origen se remite a la prehistoria y se usaba sobre todo para
la cacería; con el paso del tiempo, se le confirieron valores simbólicos, y
después se adaptó para la batalla. Lo contrario ocurrió con el macuahuitl
(bastón provisto con navajas de obsidiana), inventado específicamente para la
guerra.
Las armas ofensivas se dividían en las de larga
distancia (arco y flecha, el lanzadardos
y la onda) y en las de corta distancia, para enfrentarse cuerpo a cuerpo, como
el macuahuitl y los mazos. Las armas defensivas incluían los escudos y petos de
algodón con los que protegían su cuerpo.
Después de publicado el
libro Rostro de la batalla, de John Keegan, en 1976, pudo establecerse que la
guerra no era sólo la historia de un general sino de los soldados, los que
vivían y sufrían la batalla. “A partir de esta obra se generó una nueva
historia militar en la cual se reflejaba una visión más clara de lo que era el
combate, mientras que México seguía rezagado con la idea de que aquí todo era
simbólico.
“Se llegó a pensar que había
una expansión azteca, pero en realidad era una fuerte confusión entre lo
simbólico de la guerra florida, la guerra de conquista y la mezcla de ambas”,
explicó el investigador.
La diferencia entre una
guerra de conquista y una florida radicaba en el sentido de la campaña. La
primera buscaba la tributación o expansión de territorio, la segunda, la
captura de prisioneros. “A veces, en las representaciones de los códices, se
podía encontrar la destrucción del templo principal del poblado invadido o la
captura del gobernante o jefe principal.
“Las guerras floridas han
detonado una serie de hipótesis; por ejemplo, si los querían capturar vivos,
las armas tenían que emplearse para herir, no para matar; y este tema, a la
fecha, sigue en discusión.
“En Malinalco existe una
estructura que data desde el gobierno de Axayácatl, cuando se empieza a someter
a toda la región de lo que hoy es el Estado de México y demás. De ahí se
expande hacia otras regiones y construyen ese centro que era donde se
preparaban los guerreros; esa es la hipótesis que se tiene”, dijo el
especialista.
El Seminario de Estudios Históricos
sobre Fuerzas Armadas busca abrir espacios interdisciplinarios para la
discusión académica, actualizar conocimientos en este ámbito, determinar los
vínculos entre historia de la guerra, historia militar e historia social y
cultural del ejército, así como sugerir reflexiones sobre antropología,
sociología, psicología y política
militar.
(Información e imágenes
INAH)
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