A 30 años de la catástrofe
de 1985, hay aprendizaje y avances en muchas materias, coincidieron Cinna
Lomnitz Aronsfrau y Luis Esteva Maraboto, investigadores eméritos de los
institutos de Geofísica (IGf) e Ingeniería (II), respectivamente.
Los investigadores de la
UNAM recordaron que el movimiento del 19 de septiembre, en el DF alcanzó los
8.1 grados en la escala de Richter, sacudió las entrañas de la Tierra por
alrededor de dos minutos. Su epicentro se localizó frente a las costas
michoacanas y tuvo su mayor réplica al día siguiente, 20 de septiembre, a las 19.38
horas, con una magnitud de 7.9 grados.
Como se recordará los
hospitales Juárez y General, el Centro Médico Nacional, el edificio Nuevo León
de Tlatelolco, el multifamiliar Juárez, el Hotel Regis y los sitios de trabajo
de las costureras en la avenida San Antonio Abad fueron algunos de los 371
edificios que colapsaron.
A tres décadas de la
catástrofe, para quienes la vivieron permanece la huella dejada por los
escombros y la desolación.
Sin embargo, de ahí también
han surgido aprendizajes y avances. Con la actualización de las normas de
construcción hoy estamos mejor preparados para enfrentar fenómenos como ése y
evitar la pérdida de vidas y patrimonio, coincidieron Cinna Lomnitz y Esteva Maraboto
Un sismo es una fractura, un
deslizamiento repentino de las rocas profundas de la Tierra; 90 por ciento de
los que ocurren en la República Mexicana se registran frente a las costas del
Pacífico, donde la placa tectónica de Cocos se hunde bajo la de Norteamérica a
razón de seis centímetros por año, explicó Lomnitz en El próximo sismo en la
Ciudad de México (colección Ciencia de boleto 2, STC-DGDC UNAM).
Aunque esa velocidad no
parece grande, en 20 años puede acumularse energía suficiente para desplazar la
placa hasta 1.20 metros. Es lo que se necesita para producir un sismo de
magnitud 7. Antes de 1985, se había reunido la necesaria para generar un
desplazamiento de dos metros, como ocurrió.
Los temblores son conocidos
desde la época prehispánica. Los antiguos mexicanos creían que, en ocasiones,
durante su recorrido por el subsuelo después del ocaso el Sol se tropezaba. Lo
mismo le ocurría a otros astros, y entonces se generaba un movimiento de
tierra.
De ese modo, relató el
integrante del IGf y alumno de Charles Richter, creador de la escala empleada
para medir, los temblores no eran considerados malos ni temibles.
Se trata de un fenómeno
natural que se comenzó a estudiar científicamente de manera tardía, por una
razón: se origina a una profundidad que los seres humanos aún no han logrado
alcanzar, a 20, 30 o 100 kilómetros. En México apenas ha pasado un siglo de que
comenzó el registro de estos fenómenos, con la inauguración del Servicio
Sismológico Nacional (SSN), en 1910.
A nivel mundial existe un
tipo de temblor llamado megasismo, con magnitudes de alrededor de 9 grados; el
de Chile, en 1960, fue de 9.5, el más grande que se ha registrado hasta ahora.
Pero eso no significa que no pueda haber uno de 9.6 o 9.7, aclaró.
Hasta ahora, en el
mundo se han registrado cinco de ellos. Después del de Alaska, de 9.2 grados,
en 1964, pasaron 40 años para que se produjera el siguiente, en 2004, en las
costas de Sumatra, Indonesia. A él se sumaron los de Chile, en 2010, y Japón,
en 2011. El temblor más grande registrado en México ha sido precisamente el de
1985, refirió Lomnitz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario