Un par de libros bastaron
para encumbrar a Juan Rulfo en la gloria de la literatura universal, y después
vino el silencio. En Pedro Páramo y El llano en llamas, pero también en su
fotografía e incluso en los títulos que editó para el entonces Instituto
Nacional Indigenista, se encuentran claves para releer su relación con la
antropología, coincidieron los especialistas que se reunieron en el Seminario
de Cultura Mexicana a propósito del Día Internacional del Libro y los Derechos
de Autor, instituido por la UNESCO.
El próximo día 16 de este
mes celebraremos el centenario del Rulfo, destacaron los ponentes.
Las “Miradas cruzadas entre
literatura y antropología” en la obra de Rulfo, fue la perspectiva del
conversatorio organizado por la Oficina de la UNESCO en México conjuntamente
con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), en el marco de la
celebración del centenario del natalicio del autor jalisciense.
Y en ese maco, el titular
del INAH, el antropólogo Diego Prieto, recordó que ya Clifford Geertz apuntaba
que la literatura etnográfica es una forma de narrativa. No obstante, mientras
la literatura etnográfica debe acreditarse como verídica, la narrativa en general
debe acreditarse como verosímil.
Así, por ejemplo, Ricardo
Pozas Arciniega fundamentaba su obra Juan Pérez Jolote: biografía de un tzotzil
en la proximidad que tuvo con el joven indígena; en tanto, Juan Rulfo, quien
escogió otro nombre propio para su libro: Pedro Páramo, no debía testimoniar
que su personaje ni su espacio, Comala, fueran reales. “Lo importante es que su
texto es poderoso, intenso y, sin duda, verosímil”.
En opinión de Diego Prieto,
mientras a Ricardo Pozas Arciniega puede considerársele el mayor narrador entre
los antropólogos mexicanos, Juan Rulfo “es el más grande antropólogo de los
escritores mexicanos”, en términos de alguien que da cuenta del fenómeno humano
y es capaz de traducir un universo cultural a otros.
Rulfo dio un giro a la
narrativa mexicana abriéndola a la modernidad, esto mediante una vuelta de
tuerca al realismo y la constitución de otros planos de la realidad (universos
que tienen su propio orden y sentido).
Para ello, introdujo la
libertad creativa a través de la fantasía, la imaginación y el pensamiento
mágico; mantuvo la crítica social al régimen emanado de la Revolución Mexicana
y utilizó el enfoque de la comunalidad para comprender a las culturas
mexicanas, tanto en el sentido identitario de los pueblos como en el
reconocimiento de la pluralidad de voces que hacen a México.
Aunque Juan Rulfo fue
escritor y no antropólogo, en Pedro Páramo y en los relatos de El Llano en
llamas se encuentran, por lo menos, siete elementos de análisis de la
disciplina antropológica: la tierra en todas sus acepciones; el pueblo como
espacio, relación social, entidad y sujeto colectivo; otros factores son la
soledad del individuo, la muerte y la violencia —el propio Rulfo declaró que
entre los cinco y los 13 años de edad sólo conoció la muerte—; el amor, sobre
todo el doliente, y los sueños.
“Los sueños son en el
pensamiento de muchos pueblos indígenas y campesinos de México, un elemento
fundamental para aproximarse a la realidad, hablar con los ancestros y curar
las enfermedades”. En Rulfo se encuentra un mundo simbólico que no renuncia a
los planos oníricos y fantásticos, siempre anudados en la verosimilitud de la
creencia popular, no es la fantasía arbitraria, anotó Diego Prieto.
“Si en Pedro Páramo los
muertos están presentes, es porque así lo cree la gente. En Rulfo vamos a
encontrar la recuperación del tiempo circular de los antiguos pueblos de
México, un tiempo que, al día de hoy, refrendan indígenas y no indígenas”.
La escritora y crítica
literaria Sandra Lorenzano comentó que de las pocas interpretaciones directas
que Rulfo hizo de los pueblos indígenas, está un texto que redactó para una
exposición dedicada a Henri Cartier-Bresson en el Centro Cultural de México en
París, en 1984.
En él, Rulfo apunta que el
estado de los pueblos indígenas se debe “a un régimen tradicional, por no decir
secular, que los indios ejercen para salvaguardar sus culturas. Por tal motivo,
la política oficial ha sido la de no interferir sino en casos extremos para
apoyar su prevalencia dentro del ámbito nacional, y si se toma en cuenta que
existen en territorio mexicano 53 grupos étnicos con lenguas y costumbres bien
definidas, no debe considerárseles como una rémora sino un gran aporte
pluricultural que forma parte integrante del país.
“En otras palabras —continúa
el texto—, la incorporación al sistema de estas 53 comunidades traería el
exterminio de tales culturas, cuyas manifestaciones artísticas, mitos y
leyendas han sido y serán por mucho tiempo valiosos para etnólogos, sociólogos
y antropólogos. Cierto que habitan zonas deprimidas y de grandes carencias,
pero jamás abandonarán su pedazo de tierra, ni su mundo ni su inframundo. Les
basta —como ellos dicen— la luz de una luciérnaga para alumbrar las breves
noches de su existencia”.
Lorenzano detalló que ese
interés de Rulfo por México se observa en la labor fotográfica que desarrolló,
principalmente, cuando trabajaba para la Goodrich-Euzkadi, entre 1940 y 1958, a
la par de su obra escrita. Una labor de la que emanaron seis mil negativos, de
modo que no puede considerarse a la fotografía como un mero pasatiempo del
autor. “Los silencios que pueblan sus imágenes son las palabras que callan en
sus libros”.
Maura Tapia, especialista de
los archivos de la CDI, recordó que durante 23 años Juan Rulfo trabajó en la
Dirección de Publicaciones del Instituto Nacional Indigenista, fuera como
editor, redactor, corrector de estilo o jefe del área, periodo en el que se
publicaron más de 200 títulos de antropólogos, como Julio de la Fuente, Gonzalo
Aguirre Beltrán, Ricardo Pozas, Alfonso Villa Rojas y Fernando Cámara
Barbachano.
En el conversatorio “Juan
Rulfo. Miradas cruzadas entre literatura y antropología”, expertos como
Patricia Cordero de la UNAM, Patricia Tovar del CIESAS, Anthony Stanton, de El
Colegio de México, y Sandra Lorenzano apuntaron a la relación, influencia e
interés que Rulfo mostró por otros autores, como Rainer Maria Rilke, Ramón
López Velarde y Francisco Rojas González.
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