Una ofrenda de alrededor de
30 sahumadores prehispánicos, cuyos mangos policromos rematan con elaboradas
representaciones de cabezas de serpiente de fauces abiertas o xiuhcóatl, “la
serpiente de fuego”, fue descubierta por arqueólogos del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) en el centro histórico del municipio mexiquense
de Cuautitlán; el hallazgo guarda semejanza con el registrado en 2009 al pie
del Templo Mayor de Tenochtitlan.
Desde abril pasado, un
equipo de expertos del INAH da seguimiento a obras públicas que el municipio
realiza en la periferia de los parques Juárez y de la Cruz; en los alrededores
del primero se ubicó la mayor cantidad de vestigios prehispánicos: entierros
con ofrendas, cimientos de lo que probablemente fue un templo y, lo más
sobresaliente, la ofrenda de sahumadores.
Francisco Antonio Osorio
Dávila y Héctor Pérez García, arqueólogos del Centro INAH Estado de México y
quienes coordinan las labores de salvamento, informaron que dichos objetos,
descubiertos a mediados de mayo frente al mercado municipal, tuvieron un uso
ritual y posteriormente fueron depositados a modo de ofrenda, en hilera y apilados
en tres capas. No obstante, es imposible conocer si estuvieron asociados a
algún elemento arquitectónico o escultórico específico.
En el mismo espacio donde
estuvo la ofrenda de sahumadores —hoy cubierto por la carpeta asfáltica—, el
arqueólogo Francisco Osorio detalló que se han contabilizado 27 piezas
completas, aunque la cantidad podría llegar a 31 (al igual que los descubiertos
en el Templo Mayor), cuando se unan las
que se encontraron fragmentadas. La longitud de los objetos varía entre los 70
y 50 centímetros de largo, lo que se precisará una vez que estén restaurados.
Ignacio Forteza Saavedra,
investigador quien dedicó su tesis en arqueología a este contexto de
sahumadores, explicó que en las piezas,
a pesar de la tierra que aún recubre los mangos, se observan tonos
blanco, rojo, azul y amarillo, tienen calados en forma cruciforme (que aluden a
los cuatro rumbos) y un trabajo de pastillaje que decora las cazoletas.
El arqueólogo Osorio Dávila
añadió que los mangos son huecos y contienen pequeñas bolas de barro que emiten
un sonido de lluvia al voltearlos, asimismo, los asideros rematan, ya sea
pintados o modelados en barro, con formas de moños. Las representaciones de
xiuhcóatl conservan coloridos tonos y un pastillaje fino alrededor de los ojos,
aún más notorio en los colmillos y en la lengua bífida.
Las cazoletas de los
sahumadores mantienen restos de tierra que más adelante serán sometidos a
análisis de flotación, para identificar algunos materiales que llegaron a
verterse en ellos, por ejemplo, copal y algunos restos de fibras vegetales.
Francisco Osorio dijo que la
ofrenda de sahumadores y la estructura prehispánica datan del periodo Posclásico Tardío
(1350-1519 d.C.), cuando Cuautitlán se convirtió en tributario de la Triple
Alianza y era un lugar estratégico en el comercio que se mantenía con los
territorios norteños. Textos del siglo XVI señalan que Cuautitlán era un
altépetl (cerro donde nace el agua) tepaneca, nominalmente dependiente de Tlacopan,
aunque tenía su propio tlatoani (señor) y dominaba una amplia zona a sus
alrededores.
En los Anales de
Cuauhtitlan, los cuauhtitlancalques equiparaban su importancia con los otros
altépetl del valle de México, decían tener la más añeja raigambre chichimeca en
el área y también reivindicaban sus vínculos con la tradición tolteca, lo que
les permitió convertirse en uno de los centros políticos más importantes del
noroccidente del valle.
Acerca de la estructura
arquitectónica (de 15m x 8m, aproximadamente), de la que sólo quedan los
cimientos, el arqueólogo refirió que posiblemente correspondieron a un templo
de medianas dimensiones; ahí también se recuperaron clavos arquitectónicos y
almenas, y se identificó el desplante de un piso de lajas de piedra, así como
restos de estuco.
“Los restos que años atrás
excavó Luis Córdoba Barradas en la Catedral de Cuautitlán, junto con esta
estructura, indicarían la proporción que pudo haber tenido la ciudad
prehispánica. Debió ser un centro rector de alrededor de un kilómetro de
extensión en cuanto a construcciones”.
Sobre los entierros
hallados, Francisco Osorio dijo que el primero –de tipo múltiple– se localizó
en un área circundante al Parque Juárez. Estaba constituido por tres cráneos
orientados hacia el poniente. Por debajo y detrás de ellos, se hallaron
apilados sus huesos largos y, como ofrenda, tres jarras de la fase Azteca II
(1200-1400 d.C.) con restos de pintura azul y grandes navajillas prismáticas de
obsidiana.
Un par de entierros más se
ubicaron a lo largo de la calle Tranquilino Salgado; uno estaba dispuesto hacia
el oriente y el otro hacia el norte. Este último fue hallado en posición
sedente (sentado) y correspondía al de una mujer joven (de 13 a 15 años);
estaba acompañado de dos platos miniatura, dos silbatos y una mascarilla
miniatura de Mictlantecuhtli, el dios de la muerte.
El otro entierro era de un
individuo cuyo sexo no pudo determinarse porque la osamenta se encontró
incompleta; tenía asociados navajillas prismáticas y una figurilla fragmentada
tipo “galleta”. Muy cerca, a un metro de distancia, se halló una ofrenda de 16
ollas trípodes tipo Tláloc, pintadas en negro y en rojo. Las dimensiones de
estos recipientes oscilan entre los 8 y los 12 cm de altura y muestran de forma
burda los característicos “tocados de papel” del dios de la lluvia, modelados
en barro.
El arqueólogo Francisco
Osorio dijo que los contextos próximos al Parque Juárez ponen en evidencia dos
asentamientos culturales importantes. El primero, del periodo Posclásico
Temprano (900-1350 d.C.), a través de materiales cerámicos toltecas, lo que
confirma los orígenes de los cuauhtitlancalques, así como de la fase Azteca II;
y la segunda, del Posclásico Tardío, ejemplificada por la ofrenda de
sahumadores y los restos de la estructura arquitectónica.
El salvamento arqueológico
en el centro histórico de Cuautitlán continúa en el Parque de la Cruz, frente a
la Catedral del municipio, donde se han localizado los restos de ocho
individuos, entre hombres y mujeres, que fueron depositados a la usanza
cristiana y pudieran corresponder a entierros que se realizaron en el último
periodo de la Colonia, alrededor de 1790 y hasta mediados del siglo XIX, es
decir, 1850.
Lo anterior se deduce porque
existe una distancia considerable con respecto a la catedral y por algunos
fragmentos cerámicos que son coloniales tardíos. Además se observan
alineamientos de viejos empedrados que servían para conectar áreas del
cementerio que alguna vez ocupó el atrio de la iglesia.
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