El hallazgo de los primeros
vestigios del Templo Mayor, en 1914, vino a marcar el inicio de un nuevo
periodo en la arqueología mexicana, debido a que la investigación sobre el
pasado prehispánico se volvió una búsqueda de las raíces mexicanas, declaró el
arqueólogo Carlos Javier González, director del museo de sitio del principal
santuario mexica.
Durante la conferencia La
búsqueda y el descubrimiento del Templo Mayor, Javier González presentó un
recuento histórico de las representaciones más importantes del edificio
religioso de Tenochtitlan y de los esfuerzos que por décadas se realizaron para
localizar sus restos.
Para el especialista del
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la investigación iniciada
hace un siglo por Manuel Gamio llevó a la arqueología a volverse una necesidad
tendiente a recuperar nuestras raíces.
En la charla, que formó
parte de las actividades de la exposición 100 años del Templo Mayor. Historia
de un descubrimiento, celebrada recientemente en el recinto, se expusieron
algunas de las primeras imágenes del santuario mexica que llegaron a Europa. La
primera noticia sobre Tenochtitlan y del Huey Teocalli en ese continente se
debe al famoso plano atribuido a Hernán Cortés, quien lo envió junto con su
“Segunda Carta de Relación” al emperador Carlos V en 1522.
“En las primeras descripciones del siglo XVI,
se hablaba del Templo Mayor y de los templos en general como torres o
mezquitas, porque los europeos sólo tenían esas referencias para sitios de
culto ajenos a la religión cristiana”, comentó el arqueólogo.
En el mapa de Cortés
(conocido también como Mapa de Nuremberg), el Templo Mayor se situaba entre la
calzada de Tlacopa, hoy Tacuba, que llegaba del poniente, y hacia el sur, por
la de Iztapalapa, por donde arribaron los conquistadores el 8 de noviembre de
1519. En Nuremberg, Alemania, se publicó en latín, en 1524, el libro que
contenía la traducción de la segunda y tercera cartas de relación que Cortés le
envió al rey español, explicó.
De acuerdo con Javier
González, la ilustración del recinto sagrado, incluida en los textos de fray
Bernardino de Sahagún, fue una imagen mucho más apegada a la realidad. En ella
se resaltan edificios importantes, como el del Juego de Pelota o el temalácatl,
piedra que se usaba en el sacrificio gladiatorio en honor al dios Xipe Tótec.
Fray Toribio de Benavente o
Motolinía, uno de los primeros doce misioneros franciscanos que llegaron a la
Nueva España en mayo de 1524, señala que la demolición del Templo Mayor no
ocurrió de inmediato a la llegada de los españoles, sino que tardó algunos
años, destacó. “En sus memoriales, Motolinía habla de algunas características
del Templo, entre ellas, el número de escalones que tenía, eso indica que el
edificio estaba en pie en la segunda mitad de 1524”.
Ya en el siglo XIX, el arqueólogo
e historiador Alfredo Chavero retomó a Motolinía en el sentido de la ubicación
del Templo Mayor, situándolo en el cruce de las dos calzadas importantes:
Iztapalapa al sur y Tlacopa o Tacuba hacia el poniente.
Posteriormente, el
arqueólogo y antropólogo Leopoldo Batres —quien fuera el investigador durante
el Porfiriato— argumentaba que, si los españoles construyeron sus iglesias
sobre los templos prehispánicos, el Templo Mayor estaba ubicado debajo de la
Catedral.
“En 1900, al ser instalado un colector de agua
por debajo de la calle de Guatemala, Batres buscó los vestigios del Huey
Teocalli, y al llegar la obra a la intersección entre Guatemala y Argentina,
que antes se llamaban Santa Teresa y Relox, ahí comenzó su intervención, con la
que recuperó gran cantidad de vestigios del Templo Mayor, aunque nunca lo
supo”, expuso.
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