El equinoccio sucede dos
veces al año: el de primavera, hoy 19 marzo, cuando el Sol forma un eje
perpendicular con el Ecuador de norte a sur, y el de otoño, al encontrarse
nuevamente con el Ecuador de sur a norte.
En el calendario
mesoamericano, el de primavera era más que un cambio de estación; para los
mayas este evento astronómico significaba la planeación de la siembra.
“Lo relacionaban con el
renacimiento porque marcaba el inicio de la temporada de crecimiento y
reverdecer de la naturaleza; mientras que el de otoño indicaba el momento de la
cosecha”, explicó Ernesto Vargas Pacheco, del Instituto de Investigaciones Antropológicas
(IIA) de la UNAM.
Cosmovisión
De acuerdo con Johanna
Broda, del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), la cosmovisión es “la
visión estructurada en la que los antiguos mesoamericanos combinaban de manera
coherente sus nociones sobre el medio ambiente en que vivían, y sobre el cosmos
en que situaban la vida del hombre”.
Así, la astronomía y los
calendarios mayas son resultado de la observación constante y repetida de la
naturaleza, acción que les permitió predecir y orientarse en ciertas situaciones,
como en el caso de la siembra.
Este conocimiento estaba a
cargo de los sacerdotes, que debían combinar la capacidad de formar conceptos
matemáticos, la buena observación y el dominio de la representación escrita. La
adquisición de estos saberes exactos se refleja en las construcciones
arquitectónicas.
Observatorios mayas
En la actualidad, el
equinoccio de primavera y otros fenómenos son ampliamente observados en
diferentes sitios de la península de Yucatán y en toda Mesoamérica; por
ejemplo, en el área maya el más popular es “el fenómeno del juego de luces
sobre la alfarda de la escalinata del edificio de El Castillo en Chichén Itzá”.
Otras zonas arqueológicas
representativas son Dzibilchaltun, al norte de Mérida; Mayapán, al norponiente
de Yucatán, o Uaxactún, en Guatemala, cuya agrupación de edificios se alinean
de tal manera que pueden funcionar como observatorios astronómicos.
Este conglomerado de
edificios –del Preclásico tardío (400 a.C.-200 d.C.)– son conocidos como Grupo
E y “consiste en una estructura piramidal desde donde se observa. Al frente
está una plataforma con tres templos que establecen líneas de observación; ahí
se mira desde la escalinata de la pirámide del lado oeste para medir los
solsticios y los equinoccios”, describió Vargas.
Esas mediciones tienen una
trayectoria larga en el zona maya, pues los edificios más tempranos datan de
por lo menos 700 años a.C. y perduran casi hasta la actualidad, concluyó.
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