El control del agua
corriente y fresca de Chapultepec fue el secreto de la fuerza mexica para el
agrandamiento de su ciudad, pero también el de su caída final durante la
conquista española, cuando Hernán Cortés, al sitiar Tenochtitlan, apostó a la
táctica de cortar el acueducto, afirmó Salvador Rueda Smithers, director del
Museo Nacional de Historia (MNH), Castillo de Chapultepec.
Al impartir la conferencia
Chapultepec en la historia, realizada en el recinto museístico del Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH), dijo que la sed provocó la
rendición de los mexicas, en el episodio que sería el fin de la civilización
indígena prehispánica y el principio del periodo virreinal.
Salvador Rueda relató los
diversos usos que ha tenido el sitio, desde la intervención europea hasta
nuestros días, y mencionó que las piedras del adoratorio de la cima del cerro
del Chapulín sirvieron para levantar una pequeña capilla dedicada a san Miguel
Arcángel.
“Por esos años, ingenieros y
artesanos construyeron el acueducto virreinal, que junto con la capilla, según
pinturas y planos de los siglos XVI y XVII, fueron signos de identidad
geográfica, los símbolos de Chapultepec”.
En la primera década del
México independiente, tras la creación del Colegio Militar, la fortaleza fue
destinada a ser su sede. En 1846, por el norte y el Golfo entraron tropas
norteamericanas rumbo a la ciudad de México, Chapultepec fue el último
escenario de la batalla del 13 de septiembre de 1847; un par de años más tarde,
el castillo se volvió a levantar, junto con la escuela castrense.
El historiador mencionó que
a partir de 1864 y hasta 1867, Maximiliano de Habsburgo vivió en Chapultepec su
trágica aventura política al ser proclamado emperador de México. Al ocupar el
castillo como la residencia imperial decidió rebautizarlo como Palacio de
Miravalle.
Otro de los huéspedes
importantes del edificio histórico fue Porfirio Díaz, quien utilizó la parte
alta del Alcázar y el comedor como áreas residenciales y de gobierno. No menos
dramático fue el paso del presidente Francisco I. Madero por el Castillo de
Chapultepec, de donde salió con los cadetes del Colegio Militar al inicio del
golpe de Estado que le causaría la muerte. Este suceso se conoce como la Marcha
de la Lealtad.
El investigador del INAH
expuso que por decreto de Lázaro Cárdenas, en 1939, el Castillo de Chapultepec
se abrió “al pueblo mexicano”, y se dio origen al Museo Nacional de Historia;
“pasó de ser residencia de presidentes a repositorio de la memoria histórica de
México”.
El papel del agua entre
Chapultepec y Tlatelolco
Sobre el papel que tuvo el
agua en la relación entre Chapultepec y Tlatelolco, el arqueólogo Salvador
Guilliem Arroyo refirió que la caja de agua de México-Tlatelolco, que data del
siglo XVI y fue descubierta en 2002, fue fundamental en esta conexión debido a
que el líquido vital que la nutría provenía de este sitio, de acuerdo con
fuentes históricas”.
El especialista en
ingeniería hidráulica prehispánica afirmó que la caja de agua fue construida a
partir de la infraestructura dejada por los antiguos indígenas y estuvo a cargo
de fray Andrés de Olmos.
El director del Proyecto
Tlatelolco revisó diversos planos que dan cuenta de los sistemas de aguas de
esa época, uno de ellos es la Ordenanza del señor Cuauhtémoc, de 1523, donde están representados los
linderos de Tlatelolco, que iban desde lo que hoy es La Lagunilla hasta
Tecámac, en el eje de sur a norte, y de Tepito a Nonoalco, en el eje
transversal.
Un documento que ubica todos
los sistemas hidráulicos de Tlatelolco y Tenochtitlan, es el Plano de Uppsala,
de 1554, donde se muestra cómo el líquido bajaba a la gran caja de agua de
Chapultepec, que también se alimentaba del acueducto que llegaba de Santa Fe.
“El agua del cerro del
Chapulín se canalizaba a la parte oriental, llegaba a Salto del Agua, ahí
doblaba hacia el norte hasta Tlatelolco y se desviaba en San Francisco, a la
altura de lo que hoy es el Palacio de Bellas Artes, para concluir en
Tenochtitlan”.
En la época novohispana, el
líquido entraba a Tlatelolco por el atrio del Templo de Santiago para pasar a
la parte sureña; entre la iglesia y el Colegio de la Santa Cruz se ubicaba la
caja de agua, desde la que se distribuía por acueductos subterráneos y apantles
hasta llegar al Tecpan.
En el Plano de Trasmonte (1628),
aparece la arcada que baja de Chapultepec hacia el centro de la ciudad de
México. Se aprecia la presencia de varias vías de distribución del agua en el
siglo XVI y sus medidas: el canal tenía más de seis metros de ancho; los
acalotes eran de tres metros y de metro y medio; y el apantle, que eran
acueductos pegados a las calles de tránsito, medían 40 centímetros de
profundidad y 30 centímetros de ancho.
“Nos interesaba entender
cómo se construyeron todos estos sistemas de aguas, sabemos que fue a través
del tequio (sistema de mayordomías), llamado así en la época colonial, que se
basó en los calpullis prehispánicos en los que se apoyó Nezahualcóyotl para
llevar agua a Tlatelolco y a Tenochtitlan”.
En la conferencia, Salvador
Rueda leyó el ensayo inédito del historiador y lingüista Miguel León-Portilla,
titulado Chapultepec en la literatura náhuatl, en el que consigna varios
escritos nahuas: leyendas, poemas y relatos históricos provenientes de fuentes
como los códices Matritense y Florentino, los Anales de Cuautitlán, las varias
colecciones de Cantares Mexicanos, las Relaciones de Chimalpahin
Cuauhtlehuanitzin, así como de las figuras y glifos de manuscritos como la Tira
de la Peregrinación, Azcatitlan y Vaticano A, entre otros.
Los testimonios van desde
los tiempos del mito de los dioses de la lluvia en Chapultepec, el recuerdo del
esplendor azteca, hasta llegar a los días de la Conquista. “Esta pequeña
antología de textos deja ver ya algo de lo que significó Chapultepec, al lado
de México-Tenochtitlan, para el hombre prehispánico”, citó Rueda Smithers a
León-Portilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario