sábado, 18 de julio de 2015

Autoconocimiento y autorregulación


El autoconocimiento y la autorregulación ayudan a manejar eficientemente las emociones y, al lograrlo, es posible construir el bienestar propio y ser menos manipulables, advirtió Gabina Villagrán Vázquez, profesora de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.
Lo anterior deriva del aprendizaje que la académica ha obtenido de la impartición del Taller de Atención Plena y Conciencia Corporal, que busca promover experiencias que favorezcan el desarrollo de la conciencia reflexiva o autoconocimiento mediante la práctica de la atención plena (mindfulness).
De igual manera, se pretende apoyar el desarrollo de habilidades de autorregulación cognoscitiva y emocional para impulsar la toma de la responsabilidad de procesos internos emergentes, para así procurar el bienestar.
Se trata de llevar a cabo un proceso de introspección a través del cual las personas monitorean su atención; es decir, el trabajo es no perder de vista el objeto elegido para observar y analizar. Si no se realiza el monitoreo, vamos de un objeto a otro o de un pensamiento a otro, pero con el entrenamiento se pone en práctica la voluntad para mantener claridad en la tarea fijada, explicó.
En nuestro caso, abundó, llevamos esta labor al campo de las emociones, entendidas como reacciones del sistema nervioso autónomo detonadas por eventos externos (medio ambiente), internos (nuestros pensamientos) o personas.
Por ejemplo, ¿por qué lloramos si alguien muere o si se tiene un desencuentro amoroso?, ¿por qué nos enojamos si vamos en la calle y alguien grita una grosería? En cada cultura se marcan formas específicas de actuar frente a situaciones determinadas, así que procedemos de manera condicionada. Entonces, se puede afirmar que culturalmente tenemos una educación sobre cómo responder ante ciertos eventos, remarcó.
“En el taller partimos del supuesto de que la mayor parte de los sucesos que nos hacen sufrir son las interpretaciones que hacemos de nuestro entorno y, en consecuencia, reaccionamos. Hemos visto que cuando alguien tiene mayor conciencia de lo sucedido, es capaz de elegir a qué le presta atención y, al mismo tiempo, sabe cómo suprimir o destacar algunos elementos. Esto se conoce como atención plena”, apuntó.
Lo primero que se debe desarrollar es la habilidad para prestar atención en forma relajada, estable y vigilante o despierta; luego viene el autoconocimiento, a fin de tener más información sobre uno mismo en todos los sentidos (hábitos, creencias, formas de reaccionar y pensar) y, posteriormente, viene la autorregulación. En suma, para el entrenamiento de la atención se requiere determinación y voluntad.
Por lo general, abundó, tendemos a tejer historias o narrativas alrededor de cualquier pensamiento que surge sobre eventos que ya sucedieron o que no han ocurrido y que suelen estar impregnados de emociones aflictivas o positivas. “En dependencia de ellos nos producimos estados de bienestar o malestar reales, con acontecimientos ficticios que fueron creados en la mente. Sin embargo, al ser pensados el cerebro los toma como hechos, de ahí la secreción de cortisol o endorfinas”.
Con el entrenamiento de la atención se pretende que las personas mantengan un equilibrio mental para que sus pensamientos no los lleven de un estado emocional a otro, situación que se asocia con estados de estrés, remarcó.
Así, se actúa en la inhibición de las reacciones automáticas de las emociones y se producen cambios en la estructura y funcionamiento cerebral. Las emociones no desaparecen, pero al presentarse la reacción fisiológica los individuos poseen ya la competencia cognitiva de elegir cómo actuar. La práctica, a su vez, permite desarrollar la habilidad para abordar los eventos cotidianos, antes estresantes, con opciones asertivas no experimentadas con anterioridad.
En consecuencia, las personas son capaces de percatarse de sus reacciones fisiológicas mediante la atención hacia sí mismas y darse cuenta de ellas a través de las sensaciones corporales, interpretadas o traducidas como una emoción.
Al tomar conciencia emerge la capacidad de elegir cómo actuar; se toma la responsabilidad de las emociones, se aprende a no ceder ante otros individuos o situaciones y somos capaces de crear nuestros estados de ánimo y construir el propio bienestar. Al ser menos manipulables, se logra el empoderamiento.
Otro elemento que se maneja en el taller es la autorregulación, que es la gestión del bienestar personal a partir del autoconocimiento, pues es necesario conocerse para saber qué se requiere y actuar de manera asertiva. Al mismo tiempo, la gente se percata de que somos seres interrelacionados y lo que se dice, hace o siente tiene consecuencias para los demás.
“Si se tiene una mayor autorregulación de las emociones, los estudiantes, por ejemplo, aprenden a concentrarse mejor y optimizan su rendimiento escolar. Además, quienes asisten pueden comprobar que la empatía y la compasión hacen posible gestionar el bienestar sin lastimar a los otros ni generar más molestia; los enseña a ser responsables de sus actos”, concluyó.

(Información y fotografía DGCS-UNAM)

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