El autoconocimiento y la
autorregulación ayudan a manejar eficientemente las emociones y, al lograrlo,
es posible construir el bienestar propio y ser menos manipulables, advirtió
Gabina Villagrán Vázquez, profesora de la Facultad de Psicología (FP) de la
UNAM.
Lo anterior deriva del
aprendizaje que la académica ha obtenido de la impartición del Taller de
Atención Plena y Conciencia Corporal, que busca promover experiencias que
favorezcan el desarrollo de la conciencia reflexiva o autoconocimiento mediante
la práctica de la atención plena (mindfulness).
De igual manera, se pretende
apoyar el desarrollo de habilidades de autorregulación cognoscitiva y emocional
para impulsar la toma de la responsabilidad de procesos internos emergentes,
para así procurar el bienestar.
Se trata de llevar a cabo un
proceso de introspección a través del cual las personas monitorean su atención;
es decir, el trabajo es no perder de vista el objeto elegido para observar y
analizar. Si no se realiza el monitoreo, vamos de un objeto a otro o de un
pensamiento a otro, pero con el entrenamiento se pone en práctica la voluntad
para mantener claridad en la tarea fijada, explicó.
En nuestro caso, abundó,
llevamos esta labor al campo de las emociones, entendidas como reacciones del
sistema nervioso autónomo detonadas por eventos externos (medio ambiente),
internos (nuestros pensamientos) o personas.
Por ejemplo, ¿por qué
lloramos si alguien muere o si se tiene un desencuentro amoroso?, ¿por qué nos
enojamos si vamos en la calle y alguien grita una grosería? En cada cultura se
marcan formas específicas de actuar frente a situaciones determinadas, así que
procedemos de manera condicionada. Entonces, se puede afirmar que culturalmente
tenemos una educación sobre cómo responder ante ciertos eventos, remarcó.
“En el taller partimos del
supuesto de que la mayor parte de los sucesos que nos hacen sufrir son las
interpretaciones que hacemos de nuestro entorno y, en consecuencia,
reaccionamos. Hemos visto que cuando alguien tiene mayor conciencia de lo
sucedido, es capaz de elegir a qué le presta atención y, al mismo tiempo, sabe
cómo suprimir o destacar algunos elementos. Esto se conoce como atención
plena”, apuntó.
Lo primero que se debe
desarrollar es la habilidad para prestar atención en forma relajada, estable y
vigilante o despierta; luego viene el autoconocimiento, a fin de tener más
información sobre uno mismo en todos los sentidos (hábitos, creencias, formas
de reaccionar y pensar) y, posteriormente, viene la autorregulación. En suma,
para el entrenamiento de la atención se requiere determinación y voluntad.
Por lo general, abundó,
tendemos a tejer historias o narrativas alrededor de cualquier pensamiento que
surge sobre eventos que ya sucedieron o que no han ocurrido y que suelen estar
impregnados de emociones aflictivas o positivas. “En dependencia de ellos nos
producimos estados de bienestar o malestar reales, con acontecimientos
ficticios que fueron creados en la mente. Sin embargo, al ser pensados el
cerebro los toma como hechos, de ahí la secreción de cortisol o endorfinas”.
Con el entrenamiento de la
atención se pretende que las personas mantengan un equilibrio mental para que
sus pensamientos no los lleven de un estado emocional a otro, situación que se
asocia con estados de estrés, remarcó.
Así, se actúa en la
inhibición de las reacciones automáticas de las emociones y se producen cambios
en la estructura y funcionamiento cerebral. Las emociones no desaparecen, pero
al presentarse la reacción fisiológica los individuos poseen ya la competencia
cognitiva de elegir cómo actuar. La práctica, a su vez, permite desarrollar la
habilidad para abordar los eventos cotidianos, antes estresantes, con opciones
asertivas no experimentadas con anterioridad.
En consecuencia, las
personas son capaces de percatarse de sus reacciones fisiológicas mediante la
atención hacia sí mismas y darse cuenta de ellas a través de las sensaciones
corporales, interpretadas o traducidas como una emoción.
Al tomar conciencia emerge
la capacidad de elegir cómo actuar; se toma la responsabilidad de las
emociones, se aprende a no ceder ante otros individuos o situaciones y somos
capaces de crear nuestros estados de ánimo y construir el propio bienestar. Al
ser menos manipulables, se logra el empoderamiento.
Otro elemento que se maneja
en el taller es la autorregulación, que es la gestión del bienestar personal a
partir del autoconocimiento, pues es necesario conocerse para saber qué se
requiere y actuar de manera asertiva. Al mismo tiempo, la gente se percata de
que somos seres interrelacionados y lo que se dice, hace o siente tiene
consecuencias para los demás.
“Si se tiene una mayor
autorregulación de las emociones, los estudiantes, por ejemplo, aprenden a
concentrarse mejor y optimizan su rendimiento escolar. Además, quienes asisten
pueden comprobar que la empatía y la compasión hacen posible gestionar el
bienestar sin lastimar a los otros ni generar más molestia; los enseña a ser
responsables de sus actos”, concluyó.
(Información y fotografía
DGCS-UNAM)
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