Los venenos usados por los
caracoles marinos para defenderse de sus depredadores y atrapar a sus presas
podrían ser utilizados como principios activos de medicamentos contra
enfermedades cancerígenas, afirmó Estuardo López Vera, titular del Laboratorio
de Toxicología Marina del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de
la UNAM.
“En este momento
caracterizamos bioquímicamente el veneno de estas especies marinas, que pudiera
afectar o paralizar el crecimiento de células anómalas. Hemos identificado
cinco toxinas de un promedio de 100 de una sola especie, Conus fergusoni”.
Las evidencias indican que
la metástasis que se produce en las células dañadas está dada por una proteína
encargada de transportar iones de potasio. Cuando esta compuerta o proteína se
expresa ocurre ese proceso. “Ahora sabemos que dentro de las toxinas que puede
producir un caracol hay algunas que bloquean canales de potasio”, explicó.
El maestro en neurobiología
y doctor en ciencias biomédicas colecta en aguas mexicanas de los océanos
Pacífico y Atlántico a estos animales resguardados en conchas con forma de
conos y los lleva a su laboratorio, donde extrae la sustancia y la analiza con
diversas técnicas de microscopía y cromatografía de líquidos, para conocer a
fondo sus componentes y estructura química.
“Nos enfocamos al estudio de
veneno de caracoles marinos y analizamos si uno de éstos obstaculiza la
proteína, pues una vez sitiada la metástasis no puede llevarse a cabo. Buscamos
cuál puede ayudarnos a bloquear a la célula cancerosa para que no migre o se
entienda”, reiteró.
El biólogo comentó que para
la investigación “ocupamos óvulos de rana; es decir, una célula grande a la que
le inyectamos estas proteínas. Una vez que las incorpora en su membrana,
probamos las toxinas para observar si bloquean los canales y receptores”.
Se trata de una técnica
electrofisiológica con la que se pretende saber si dentro del veneno las
corrientes se modifican. Inyectamos fuera del óvulo las toxinas y observamos si
la corriente disminuye, entonces sabemos que aquélla interactúa sobre los receptores,
mismos que bloquean los iones; al hacer este proceso interactúan con la
proteína.
El universitario y su equipo
están en la búsqueda de toxinas que interactúen y bloqueen el canal de potasio;
en general son proteínas muy pequeñas, con un promedio de 20 aminoácidos (estos
últimos son los que forman las proteínas, que pueden llegar a tener 500 o 600
aminoácidos).
En términos generales,
agregó, “nos falta saber cuáles son estos 20 aminoácidos para poder hacer la
síntesis. Ya tenemos cinco candidatos y debemos conocer qué tan grandes son
estas proteínas”.
En el mundo hay unas 500
especies de caracoles marinos de la familia conoidea y en México coexisten 60.
Cada una produce entre 100 y 200 toxinas diferentes. Si calculamos 200 toxinas
diferentes por cada Conus, tenemos 100 mil péptidos distintos en las 500
especies que son farmacológicamente activas, resaltó.
Los caracoles del género
Conus tienen un aparato donde sintetizan el veneno. Han desarrollado un diente
en forma de arpón que sirve como jeringa hipodérmica para inyectarlo.
Se trata de estudios
recientes, pero con el enfoque y la esperanza de bloquear el canal de potasio
que, esperamos, en un futuro ayude a crear un fármaco contra el cáncer,
concluyó.
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